El pasado 26 de julio de 2024, la humanidad fue testigo de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos Francia 2024, una ceremonia que, desafortunadamente, no quedó grabada en nuestras mentes teniendo como protagonista principal al deporte ni a su anhelado objetivo «Citius, Altius, Fortius” («más rápido, más alto, más fuerte»), ni al país anfitrión o a su cultura, ni mucho menos a la gran riqueza filosófica que ha heredado esa gran nación al mundo. Desde una perspectiva masónica, esperaríamos que esos valores se recordaran juntos como una manifestación contemporánea de nuestros principios universales y la búsqueda del conocimiento que caracteriza a nuestra orden. No, nada de eso sucedió y desafortunadamente la atención fue dirigida a un espectáculo degradante, que nada tuvo de enaltecedor a los valores antes expuestos.
Al analizar los elementos simbólicos y el mensaje transmitido, es notorio que el comité organizador tuvo apoyo o instrucciones de alguien para sumarse a los esfuerzos de la agenda LGTB (y las siglas que se agreguen esta semana) y al mismo tiempo lanzar un misil teledirigido a otra comunidad que, ni tarda ni perezosa, respondió sin poner la otra mejilla.
Durante la presentación de las delegaciones, en las escaleras Parisinas, la cosa empezó a ir mal, ya que la bienvenida a París se tiñó de rosa y negro, colores que invitaron a normalizar lo distinto. Lo cual sería tolerable si no lo hubieran presentado en ese lugar y en ese momento. Pero parece que en esta época es obligatorio que la agenda de género esté en todos lados, en todo momento y para todo público, para el público que, al parecer, desde cualquier toma oficial, aplaude “espontáneamente” cualquier puesta en escena de esta tendencia.
En otro bloque, vimos el avance de la reconstrucción de Notre Dame mientras se fraguaba ya el intento de destrucción de uno de los iconos cristianos más conocidos, “La última cena” de Leonardo da Vinci.
Uno de los momentos más destacados fue la coreografía que representaba la Revolución Francesa, un evento histórico profundamente conectado con los ideales masónicos de libertad, igualdad y fraternidad. Sin embargo, la representación fue superficial, enfocándose más en la espectacularidad de los trajes y efectos especiales que en la profundización en el significado de estos valores y su relevancia en la actualidad.
La narrativa de la historia de Francia, rica en momentos históricos y personajes ilustres, fue apenas rozada, dejando una sensación de oportunidad perdida para profundizar en el legado filosófico y humanista del país.
La degradante representación de la Última Cena fue un acto repudiado en las redes sociales y en medios oficiales y no era para menos, ya que, desde un punto de vista ecuánime, resultó innecesario e impropio. ¿O cuál sería la justificación para semejante afrenta? ¿Será el rechazo de la Iglesia Católica a la comunidad LGTB? Y si eso fuera, ¿los LGTB están obligados a profesar las religiones que los rechazan? No, no es nada de eso, el objetivo es implantar por cualquier medio y a cualquier costo la citada agenda.
Nadie en su sano juicio se opondría o no respetaría los gustos de cada quien, ni se opondría al derecho de la diversidad sexual adulta, pero también es cierto que cualquier intento de imposición de los mismos, recibirá una resistencia colectiva natural de la misma magnitud o quizás mayor si el caso es que a esa resistencia se le agrega la fuerza que conlleva la lucha por la supervivencia de la especie humana.
La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos Francia 2024 tendría que ser recordada como la promoción del constate esfuerzo de la humanidad de superar los límites de sus capacidades físicas y a su vez como la reafirmación los principios de libertad, fraternidad, igualdad y no como una oportunidad de enajenar la conciencia de la sociedad con mensajes de autodestrucción.
Estará pendiente otra entrega, donde analizaremos aún más la carga simbólica de esta ceremonia a la cual se agregará lo que se presente en la ceremonia de clausura.
Es cuánto.
PVM Gilberto López Saucedo