Cosmogonía Egipcia
La historia del Antiguo Egipto es de conocimiento obligatorio para entender la creación de esta mitología que tanto nos ha fascinado. En el antiguo Egipto, cada ciudad-estado y las aldeas que les rodeaban tenían sus propias deidades y sacerdotes. En el Período Dinástico Temprano (dinastía 0-II dinastía, c. 3100-2686 a. C.) con la unificación de Egipto, la capital se situará en Menfis. En este momento se empezarán a construir tumbas en Abydos y Saqqara asociadas con el dios Horus, hijo de Osiris. A partir del 2683 con la III dinastía comienza el Reino Antiguo y con él el culto al dios del sol Ra.
La importancia de las capitales de cada momento es un factor por destacar para entender la diversidad de dioses a los que se guardaba culto. Como se acaba de dictar, las dos grandes capitales serán Menfis y Tebas, pero también será pertinente mencionar la intervención del faraón Neferjeperura Amenhotep, Amenhotep IV o, generalmente conocido como Akhenatón, por cambiar la capital a Tell el-Amarna, suprimir todas las divinidades y guardar culto a un único dios, Amón-Ra.
Los antiguos egipcios demostraron una tendencia a la agrupación, a la dualidad y a la simetría, patente por el hecho de que la forma más antigua para la multiplicidad de los conceptos es el sincretismo. La fuerza creadora nacerá mediante un principio femenino y otro masculino, en cuanto a poder generativo y regenerativo, para obtener el equilibrio de esta simetría palpable en todos los aspectos de su religión y pensamiento. Prácticamente en todos los mitos religiosos existen básicamente dos componentes que los configuran: por un lado, la fuerza creadora de vida y por el otro la del Universo que dividiéndose en sí mismo, se ordena para dar cuerpo al mundo y a los seres que habrán de poblar la tierra.
Para entender la importancia de los dioses y la mitología y esta civilización, a parte de las cosmogonías, hay que tener presente la figura del faraón. La divinidad del faraón constituía la mejor garantía. Como el faraón era inmortal, su fallecimiento significaba únicamente que era trasladado al cielo. La continuidad entre un dios encarnado y otro dios encarnado, y, en consecuencia, la continuidad del orden cósmico y social estaba asegurada. Los faraones pertenecían al mundo de los dioses, pero también al mundo de los vivos. Un mito recogido en el Libro de la vaca celeste decía que cuando el anciano Ra regía los destinos de Egipto en paz y prosperidad, la humanidad organizó un complot para derrocarlo. Agraviado, Ra envió a la diosa Sekhemet para destruir a la humanidad, pero al final se arrepintió y consiguió detenerla antes de que completara su tarea. No obstante, fatigado, decidió abandonar el mundo hacia la esfera celeste a lomos de Nut, convertida en una vaca. Ese mundo que dejó estaba formado por el cielo, la tierra y el más allá. A partir de ese momento sería su representante sobre la tierra, el faraón, quien gobernara en su lugar con la tarea de mantener alejado el caos de Egipto.
Este mito da paso a la creencia de que la población era gobernada por un semidios el cual, cuando moría, se convertía en Osiris, dios de los muertos. Cuando el faraón moría, el heredero debía pasar por la coronación en el cual pasaba a ser Horus, hijo de Osiris, perteneciendo así al mundo divino. El poder de los faraones llegaba hasta tal punto que podían encargar sus propios mitos para decorar los muros de sus tumbas y templos, pudiéndose convertir en dioses nacionales.
Puede considerarse que de cada gran ciudad egipcia nace una nueva cosmogonía y este pensamiento no está muy desencadenado. La principal cosmogonía y de la que más datos se han recabado, es la Cosmogonía Heliopolitana, que es la mejor documentada hasta el momento. Heliópolis fue una de las ciudades más importantes del Antiguo Egipto y sede de uno de los centros religiosos más importantes del territorio. El principio, se encontraba en el dios Atum, dios del sol, también citado como Ra o Khepri. Atum se encontraba en el nun, en el océano primordial, el cual estaba sumido en una gran oscuridad que no era la noche, ya que no estaba creada ni la noche ni el día.
“Los corazones fueron saturados de miedo, los corazones fueron saturados de terror cuando yo nací en el nun antes de que el cielo existiera, antes de que la tierra existiera, antes de que lo que tuviese que ser hecho existiera, antes de que existiera el tumulto, antes de que el miedo que se levantó a causa del Ojo de Horus existiera.”
Atum se distingue de otros dioses por haberse creado a sí mismo y por iniciar la creación del resto de dioses que formarán la mitología egipcia. Una vez creado, surgió del nun una colina primordial dando lugar a Shu y Tefnut, los cuales, dependiendo de los textos que se lean, surgirían de un estornudo o de un orgasmo del propio Atum.
Después de que Atum creara a su hijo Shu y Tefnut, divinidades relacionadas con el aire, vivieron en armonía los tres, pero un día, estos dos cayeron a las aguas del nun. Atum, llorando de pena, fue a buscarlos y les encontró, siendo las lágrimas esta vez de alegría, de las cuales surgieron los hombres y mujeres que poblarían el mundo. Shu y Tefnut tendrían dos hijos, Geb, dios de la tierra y Nut, diosa del cielo y estos dos también tendrían hijos, las estrellas, que acabaría comiéndose Nut dando paso a la terrible ira de su hermano y padre de sus hijos. Shu intentó separarlos para que cesase su pelea y eso se recoge en el Libro de Nut.
Detalle del Papiro Nesitanebtashru. La diosa cielo Nut curva su cuerpo sobre el dios Geb.
Una vez reconciliados, conciben dos hijos y dos hijas: Osiris, Seth, Isis y Neftis, formando así la Enéada de Heliópolis. Esta palabra “Enéada” significa «los nueve» y se usa para denominar al conjunto de nueve dioses que conformaban la cosmogonía de Heliópolis, creada por los sacerdotes de esta ciudad. Formaban parte de ella: Atum, Shu, Tefnut, Nut, Geb, Isis, Osiris, Neftis y Seth. El número nueve para los egipcios era muy importante, ya que era tres veces tres, y el tres representaba la pluralidad, el todo. La primera referencia a la Enéada que se tiene procede de la III dinastía, aunque es probable que se diese antes del Reino Antiguo.
Dicho esto, la Cosmogonía Heliopolitana daría lugar a la Enéada, formada por:
Cosmogonía menfita
Ya se sabe que la Cosmogonía heliopolitana fue la más importante pero no la única que surgió en el Antiguo Egipto. La Cosmogonía Menfita, como su propio nombre indica, surgió en la ciudad de Menfis, capital del Reino Antiguo.
El principal personaje de esta cosmogonía es Ptah, dios de los albañiles, constructores y escultores. En este momento se observa la primera diferencia entre las cosmogonías ya que, en la heliopolitana, el principal protagonista es el dios Sol, Atum-Ra-Khepri. El texto más conocido que cuenta el inicio del mundo según los menfitas es la Piedra de Shabaca. Al igual que Atum, Ptah fue el padre de los dioses y el dios creador. Se formó a sí mismo y a todo lo que compondría el mundo. En el “Onomasticon” de Amenope, enciclopedia escrita durante la XX dinastía para “aprender todas las cosas que existen”, se explica todo el origen del mundo, en el que Ptah se creó a sí mismo uniendo las fuerzas masculinas y femeninas. Este se encontraba en el nun como Atum, pero, al contrario que este, Ptah se construyó mediante el corazón, donde residía la sabiduría e inteligencia.
Resulta sorprendente que la más antigua cosmogonía egipcia conocida hasta el momento sea al mismo tiempo la más filosófica, pues Ptah crea por su espíritu (su «corazón») y su verbo (su lengua»). «El que se ha manifestado como el corazón (= espíritu), el que se ha manifestado como la lengua (5 verbo), bajo la apariencia de Atum, es Ptah, el antiquísimo …» Ptah es proclamado el más grande entre los dioses; Atum es únicamente el creador de la primera pareja divina. Es Ptah «el que hace existir a los dioses». Más tarde penetraron los dioses en sus cuerpos visibles, entrando «en toda clase de planta, en toda clase de piedra, en toda clase de arcilla, en toda cosa que crece sobre su relieve (es decir, el de la Tierra) y mediante las que pueden manifestarse».
Así, se dice de Ptah: “Aquel que hizo y creó todos los dioses”. Dio a luz a los dioses, hizo las ciudades, colocó a los dioses dentro de sus santuarios, dispuso sus ofrendas, estableció sus santuarios, hizo sus cuerpos acordes a sus deseos, así sus dioses entraron en sus cuerpos, de cada madera, cada piedra, cada arcilla, todas las cosas que crecen sobre él en el cual llegaron a ser. Así se reconoce y comprende que es el más poderoso de los dioses.
Detalle de la estela de Mose. Ramses II, presenta una imagen de Maat al dios Ptah de Menfis. XIX dinastía.
Cosmogonía hermopolitana
La tercera y última teoría cosmológica más importante del Antiguo Egipto es la hermopolitana, desarrollándose en la ciudad de Hermópolis. En esta ocasión no es un único individuo el que da lugar a la creación del universo, sino que son cuatro parejas de dioses, la ogdóada, conjunto de ocho deidades primordiales, también llamadas «las almas de Tot», formada por Num y Nunet, que simbolizan las aguas primordiales, Hehu y Hehet el espacio ilimitado, Kek y Keket la oscuridad y Amón y Amonet lo oculto. Estos dioses representan las características más importantes de la fuerza del caos primigenio.
Gracias a los textos de las pirámides y de los sarcófagos se ha podido conocer esta cosmogonía. Estos ocho dioses fueron creados en el nun donde crearon, a su vez, el huevo primordial del que surgió todo. Uno de los hechos que no se ha recogido en ningún texto es cómo es posible que creasen la colina primordial que dio lugar al amanecer en un mundo que, como ya se vio en la Cosmogonía heliopolitana, todo estaba sumido en una profunda oscuridad. Esa colina primordial será Hermópolis por lo que estos dioses para los hermopolitanos serán considerados como “los padres y las madres que empezaron a existir al principio de los tiempos, que hicieron nacer al sol y que crearon a Atum”.
En resumen, la teogonia y la cosmogonía se realizaron en virtud de la potencia creadora del pensamiento y la palabra de un solo dios. Se trata, sin duda alguna, de la más alta expresión de las especulaciones metafísicas egipcias. Es precisamente al comienzo de la historia egipcia cuando aparece una doctrina comparable con la teología cristiana del Logos.
Comparados con la teogonía y con la cosmogonía, los mitos referentes a la creación del hombre resultan muy borrosos. Los hombres (erme) nacieron de las lágrimas (erme) del dios solar, Ra. En un texto compuesto posteriormente (hacia el 2000 a.C.), en período de crisis, se lee: «Los hombres, rebaño de Dios, han sido provistos de todo. ÉL, es decir, el dios Sol, hizo el cielo y la tierra para ellos … Hizo el aire para vivificar su nariz, pues ellos son sus imágenes, nacidos de sus carnes. El brilla en el cielo, hace para ellos la vegetación y los animales, las aves y los peces, para nutrirlos…».”
Sin embargo, cuando Ra descubre que los hombres se han conjurado contra él, decide destruirlos. Hathor se encargará de la matanza. Pero como la diosa amenaza con destruir totalmente la raza humana, Ra acude a un subterfugio y logra embriagarla. La revuelta de los hombres y sus consecuencias tuvieron lugar durante la época mítica. Evidentemente, aquellos «hombres» eran los primeros habitantes de Egipto, puesto que Egipto fue el primero de los países en ser formado, lo que le convertía en «centro del mundo». Los egipcios eran los únicos habitantes de pleno derecho, lo que explica la prohibición de penetrar en los santuarios, imágenes micro cósmicas del país, a los extranjeros.
Detalle del relieve en el templo de Hathor en Dendera. Ogdóada de Hermópolis. Dinastía XVIII.
Luis Antonio Martinez